Hasta la implantación de la moderna industria congeladora, bien entrados los sesenta del pasado siglo, el ciclo de trabajo en las conserveras venía marcado por la imprevisibilidad de la provisión de pescado fresco,; y de ahí la importancia de las sirenas. Si había fortuna y la pesca era buena, de madrugada “tocaba a brua”, avisando a los vecinos desperdigados por el abra de Vilanova, que entraba pescado en la factoría y por tanto había trabajo para el personal. Al acabar la faena volvía a sonar anunciando el descanso. El sonido de la brua pautaba así la jornada de la comunidad como en el medievo las campanas de la iglesia.

En la fábrica estábamos orgullosos de nuestra sirena -según el señor José María, ¡se oía en San Miguel de Deiro!-. Hoy es un vulgar timbre el que marca la actividad, pero la vieja brua todavía resuena, aunque sólo sea en fecha señalada. El día del Carmen, cuando la virgen sale del templo camino del puerto para su paseo por la ría, D. Álvaro hace guardia para arrancar el mecanismo. Y bien que resuena ese día, alegre en el corazón de los marineros.

* El apelativo brua deriva del verbo gallego bruar que refiere al bramido del ganado pero que en la costa también se aplica al rugir del viento y la mar cuando van bravos.

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